PATRIARTAZGO


PATRIARTAZGO


Luis Aranguren Gonzalo


Son muchos los datos de nuestra realidad que nos hablan de expresiones, comportamientos, actitudes, sentencias judiciales y medidas políticas que mantienen y fomentan el patriarcado como cultura hegemónica. Los movimientos feministas y su transversalidad ciudadana situaron el pasado 8 de marzo de 2018 en la mesa de la plaza pública el acertado debate ciudadano y político, y en la mesa camilla doméstica de cada cual escribieron un mensaje relacional que conduce a un cambio cultural de enorme relevancia.
Tiempo costará, pero quizá nos ayude en la tarea no simplificar y creer que con luchar contra el machismo y sus mil caras ya está todo hecho. Que esa lucha es necesaria no lo pondré en duda, pero quizá es bueno asomarnos a las entrañas de un patriarcado que se ha configurado como fuente de una civilización que hemos denominado occidental, y que a mí me gusta llamar civilización del guerrero.
Ese guerrero que muchas gentes llevamos dentro y que nos lleva a actuar de una determinada manera. Que nace de una creencia antropológica bien antigua según la cual el mundo y yo estamos separados, y así brota una profunda escisión entre persona y naturaleza, entre persona y sociedad, entre cristianos y musulmanes, entre portadores de una bandera y portadores de otra, entre tú y yo… La escisión genera la falsa necesidad de apropiación de lo otro distinto de mí. El patriarcado surge con la dominación del otro y de lo otro; por eso, como afirma el biólogo Humberto Maturana, cualquier modo de discriminación, sea del tipo que fuere, se asienta en la anulación del otro distinto de mí. Hay patriarcado cuando no reconozco al otro por ser otro distinto y no acierto a ver que su diferencia enriquece al conjunto y lo complementa. Y en esto no hay ideología añadida; el patriarcado afecta tanto a conservadores como a progres. Esa es una de las notas del patriartazgo, o sea, la hartura de este modo de ser y de actuar.
La anulación del otro está acompañada de la otra cara del patriarcado que hace del éxito individual e institucional la clave de bóveda de su supervivencia. Otra característica que singulariza y separa. Clave forjada a fuego desde la educación recibida, el modelo de evaluación que fragmenta, aprueba y suspende. Este ser para el éxito educativo, laboral o familiar no solo conlleva sobredosis de esfuerzo añadido, sino que probablemente no encaja con lo mejor de cada persona. La persecución del éxito, tanto en individuos como en instituciones, se lleva demasiadas cosas y personas por delante, y en el fondo late la necesidad de seguridad en tiempos sombríos.
Quizá si nos arrimamos al vínculo que nos une y a la creencia de que todo lo vivo está conectado, podremos darnos la oportunidad de salir de esta civilización ya agotada para asomarnos a la plaza de lo nuevo que está por venir, y que no tiene nombre; pero necesariamente ha de nacer de brotes rizomáticos que nos vinculan por igual en extensión y en intensidad, y nos ayudan a caminar de la mano.





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