LA DENSIDAD LITERARIO-DISCURSIVA EN FRANCISCO UMBRAL


LA DENSIDAD LITERARIO-DISCURSIVA EN FRANCISCO UMBRAL


Diego Vadillo López


Francisco Umbral muchas veces apuntaba a Gómez de la Serna como un fingidor de géneros literarios, ecléctico como era el tipo (si bien, a la vez, y en lo que venía a ser una curiosa paradoja, asimismo era acusadamente singular, mas se trataba de una singularidad erigida desde lo vario), de hecho tal cosa la aprendió Umbral y se decidió a hacerla rasgo característico también de su propia identidad literaria. Ninguno de los dos se manejaba en géneros nítidos ni mayormente encasillables en una u otra catalogación de las legadas por siglos de literaria praxis. Las novelas les salían discursivas, los ensayos líricos y novelísticos, y así. Pero si hay algo que hacía idiosincrásicos los libros de uno y otro (generaciones unipersonales ambos) era la densidad discursiva inherente a sus respectivos escritos de cualesquiera tenor.
Paco Umbral escribía mucho sobre literatura y política, pero no haciéndose acreedor de los más académicos usos, sino recurriendo a ciertas plasticidades lingüístico-retóricas que otorgaban al conjunto una dimensión muy peculiar. Tendía a descoyuntar el acervo académico, el acumulado de erudición, para hacer orfebrería con él, marroquinería, delicia literaria. Y de este modo, nos quedaba el fondo de enjundia teórica entremezclado por el poder sugeridor de la palabra, a su vez envuelta por la beldad y empujada por un suave soplo de dulce desconcierto.
Léase el pequeño párrafo que aquí traemos:

Estamos hechos de la materia de nuestros sueños”. Borges estudia todos los posibles sentidos que esta frase podría tener para Shakespeare. Al fin se queda con la hipótesis más modesta y más verosímil: esto no era para Shakespeare más que un acierto fricativo, un roce y un gozo de palabras. Los vanguardistas deciden que la poesía nos es más que una libérrima creación de imágenes. Ramón Gómez de la Serna ni siquiera encadena más o menos ingeniosamente las metáforas en el collar de un poema: las da sueltas y las llama greguerías. La greguería es, en principio, el hecho funcional de sacar una metáfora de su contexto.
(Umbral, F. (1996): Ramón y las vanguardias, Madrid Espasa Calpe, p. 65)

Comienza Umbral intertextualizando una afirmación de Shakespeare, “Estamos hechos de la materia de nuestros sueños”, y a partir de dicha oración hilvana una serie de consideraciones tan eufónicas como isotónicas, toda vez que hidratan el entendimiento del fatigado lector con la fragancia de lo audaz.
Umbral teoriza sobre la vanguardia con ardides vanguardistas, metaliterarios y metalingüísticos. Shakespeare, Borges y Ramón, caben en el párrafo. Casi nada.
Nos refiere Umbral, inferencia mediante, con cuál de las hipótesis suscitadas al abrigo de la shakespeariana aseveración se quedó Borges al analizarla. Supone que desechó otras, menos susceptibles de ser constatadas. Y para sugerir tal cosa tira de sugestión fondo-formal: “esto no era para Shakespeare más que un acierto fricativo, un roce y un gozo de palabras”. Podría haber apuntado Umbral, más diametralmente, que Borges señaló al ámbito fonético haciendo notar la acusada presencia de fricativas linguoalveolares, pero no, él no se podía conformar con algo tan raso. Él gustaba de emprender un vuelo elucidador-maravillador, cosa que, por ejemplo, se observa en la magnífica sinestesia “acierto fricativo”, que, asimismo, queda explicada de manera catacrética: “un roce y un gozo de palabras”, una explicación esta que, por su parte, juega aliteradoramente con las fricativas dentales.
Tal introito ha servido a nuestro escritor para anclar una teorización que, ahora sí, hace suya (bueno, suya es la paráfrasis): “Los vanguardistas dicen que la poesía no es más que una libérrima creación de imágenes”. Pero la anterior construcción subordinativa es solo el sustento teórico, la antesala, para seguir progresando en su tesis, y, al tiempo, nos da una poética y gráfica explicación de lo que es una greguería sustentada en dos fases: primero nos dice, metafóricamente, que dicha “pieza de joyería” no va ensartada en ningún collar, sino libre. Y en segundo lugar prosigue: “La greguería es, en principio, el hecho funcional de sacar una metáfora de su contexto”.
De todo lo anterior glosado podemos colegir que la poesía de vanguardia tiene mucho que ver con la imagen y que Ramón más que un obrador de poemas en los que dichas imágenes metafóricas irían relacionadas en un poético entramado, muy al contrario, quedan sueltas y libres, autónomas, fugaces y edificantes.
Los apuntes hasta aquí desarrollados dejan al descubierto la densidad discursiva y formal de la prosa “umbralí”. En pocas líneas nuestro autor teoriza lírica y ensayísticamente acerca de determinadas características estéticas y lingüísticas de un periodo histórico-literario y lo hace de manera accesible y plástica al tiempo. Textualmente el pasaje aquí atraído reúne claras características del ensayo: opinión subjetiva con apariencia de objetividad y adobada con recursos estilísticos. Asimismo, hallamos muy probadas razones para considerar el tenor literario del texto: un sistema de recurrencias fónicas…; plurignificatividad; figuratividad o metaforización…; semantización…
En definitiva, el ensayismo umbraliano es fundamentalmente lírico y literario, y lo es por las sorprendentes ideas, transmitidas en prodigiosas imágenes y condensadas en sintácticas secuencias acordes con la plasticidad que sostienen. Véase el siguiente pasaje de un artículo (“Paco Nieva”, publicado el 30 de enero de 1980 en El País): “la vanguardia teatral, madrileño/universal, sigue siendo este prodigioso y churrigueresco escritor de la plaza del Progreso. Don Eugenio d'Ors definió a Churriguera como ‘arquitecto maldito’ (en su defensa). Nieva es, asimismo, un arquitecto del teatro churriguerescamente maldito”. Aquí Umbral hace macramé con el enciclopedismo y, a lo largo de tres oraciones simples (que no ramplonas) consecutivas, genera una churrigueresca danza en la que coparticipan Nieva, Eugenio d’Ors, el propio Churriguera y él mismo como anfitrión-pergeñador y en la que entremezcla las arquitecturas teatrales con las propiamente dichas; adverbializando, al tiempo, el apellido al que la historia ya había entronizado adjetivalmente como arquetipo del enmarañado enrevesamiento plástico.



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