Javier Krahe, las tetas y el amor propio



Diego Vadillo López
Escritor, profesor y crítico de Arte y Literatura

JAVIER KRAHE Y LAS TETAS

Decir que Javier Krahe es un diestro versificador, por encima de un ingenioso cantautor, se puede demostrar en el análisis de cada verso de cualquiera de sus canciones, y es que cada estrofa, cada imagen, cada guiño… condensan mucho. Tal sucede en la aparentemente frívola “Ole tus tetas”.
            Viene a ser el siguiente cantar un pasodoble iconoclasta con un marcado ritmo, avistable tanto en la métrica octosilábica, distribuida en estrofas de cuatro versos cuya rima adopta disposición de serventesios o de dobles pareados, como en la estructura conversacional que representa la letra: de enunciado-réplica-contrarréplica. Las estrofas 1ª, 2ª, 5ª y 7ª suponen las reiteradas arremetidas dialécticas de un galán bradominesco, que son corregidas desde la progresía por la receptora de los obsoletos agasajos, ante lo que el donjuán se va viendo obligado a justificarse haciendo uso de una muletilla que se repite hasta en cuatro ocasiones, introducidos por la conjunción adversativa “pero”: “Pero de siempre, mi bien...”, un recurso a la tradición para defenderse del menosprecio por parte de los nuevos usos encarnados en la partenaire.
Todo el poema es construido sobre el contraste: el contraste entre el énfasis del conquistador y la sencillez con que quita hierro la muchacha; entre los términos y expresiones empleadas por el caballero y los que usa la dama: “sostén-sujetador”, por ejemplo. También contrasta el tono solemne de él, con el laconismo de ella.
Sigue el contraste cuando nos fijamos en las expresiones de cierto aire confesional (del tipo: “Bendigo al Sumo Hacedor”, o “ante un buen vaivén, Amén”, que ponen en la pista de uno de aquellos caballeros practicantes de la doble moral, la cual comporta cierto contraste implícito), con la negación del “Sumo Hacedor” por parte de la muchacha, detalle nietzscheano que denota cierto bagaje erudito. Destacaremos también la aliteración que supone este segundo verso (“ante un buen vaivén, Amén”), el juego de uves, bes y enes, provoca una sensación que remite al vaivén desiderativamente referido.
El contraste viene dado también desde el punto de vista fonológico, pues el hombre, más profuso en palabras, acapara todas las rimas acabadas en n, la mujer solo se expresa en los versos acabados en r, adoptando una suavidad que en él se ve interrumpida por un mayor número de versos terminados en n, que otorgan un sonido martilleante.
Otros recursos reseñables, sin salirnos del plano fonológico, son la onomatopeya del segundo verso “ejem, ejem”, recurso de gran audacia, no solo por constituir una rima original, sino porque nos predispone a percibir la intención del sujeto, que envuelto en torpón artificio, muestra cierta timidez antes de lanzarse a soltar la sarta de provocaciones con que abruma a la muchacha, eso sí, adobadas con la parafernalia que empleaban aquellos caballeros de otro tiempo. Pero lejos de quedar epatada, ella entra en el juego con suma naturalidad, sin tampoco escandalizarse por oraciones como “tus tetas son lo mejor/ que ha visitado mi harén”, no en vano convierte a “las tetas” en sinécdoque  de la mujer y a esta en parte de su harén. Suerte que la chica parece haber interiorizado aquello del amor libre y se limita a decirle que el término “seductor” está demodé.
En la canción que nos ocupa, Krahe parece homenajear (a través de esa parte de la geografía femenina tan susceptible de ser festejada desde la consideración de muchos) a Ramón Gómez de la Serna, quien ya escribiera un libro llamado Senos, y quien ha sido tildado desde algunos estudios de perverso y fetichista. En esta letra se da la individualización de la parte: “ole tus tetas” (y no “ole tú”); también se juega con la sinonimia “sostén-sujetador”, una recreación en esa prenda totémica para algún que otro fetichista.
La canción termina en una apasionada ruptura de la métrica y la rima; un desahogo ante la expectación y tensión dialéctica desarrolladas a lo largo del cantar: “y, olé… tus tetas”, colofón y resumen temático.
La dialéctica galán maduro—chica joven progre, da pie a una letra irónica y eufónica en la que se hace escarnio de ambas poses: una afectada; otra cariñosamente desdeñosa.
El maestro Krahe da muestra de su destreza al ofrecernos una pieza que, salvando las distancias cronológicas, podría haber sido extraída de una comedia lopesca, de hecho el protagonista puede dar el perfil de Lope de Vega en más patán. La letra se estructura en un diálogo muy teatral, en versos octosílabos, y al leerlo se podría atisbar su representación.

¡Olé, tus tetas!

Con verte en ropa interior
ya te digo, ejem, ejem,
tus tetas son lo mejor
que me ha ocultado un sostén.

“Desde hace tiempo, mi amor,
se dice sujetador”.
“Pero de siempre, mi bien,
yo lo he llamado sostén”.

Yo que iba de seductor
me he convertido en rehén,
tus tetas son lo mejor
que ha visitado mi harén.

“Desde hace tiempo, mi amor,
no se va de seductor”.
“Pero de siempre, mi bien,
cada quien es cada quien”.

Bendigo al Sumo Hacedor
que te hizo requetebién,
tus tetas son lo mejor,
Dales algo de vaivén.

“Desde hace tiempo, mi amor,
no existe Sumo Hacedor”.
“Pero de siempre, mi bien,
ante un buen vaivén, Amén”.

Sería su trovador
si las viera al cien por cien,
tus tetas son lo mejor
¡quítate, porfa, el sostén!

“Desde hace tiempo, mi amor,
se dice sujetador”.
“Pero de siempre, mi bien,
yo lo he llamado sostén
y, olé… tus tetas”.

* * *





KRAHE Y EL AMOR PROPIO

Mano en pena

Que pienso en Elena
me acuerdo de Irene,
que pienso en Irene,
me acuerdo de Elena,
mi pene se apena,
se apena mi pene.

Y una mano amena
mi pene sostiene,
no es mano de Irene,
ni es mano de Elena,
es mi mano en pena,
es mi mano en pena.

Lo malo que tiene
es que no es tan buena
como la de Irene,
como la de Elena,
pero me entretiene,
pero me entretiene.

Para eso conviene
pensar una escena
donde salga Irene,
donde salga Elena,
en plena faena,
en plena faena.

Y así, vena a vena
se llena mi pene
de ausencia de Irene,
de ausencia de Elena,
y no se detiene.
Me voy, que me viene.

Mediante una notable eufonía sustentada en las nasales, “Mano en pena” es una aliteración de principio a fin.
A la acusada sonoridad contribuyen también varios fenómenos de repetición, como son la epífora que supone la reiteración de palabras al final de varios versos: Elena, Irene, “como la de...”. También se repiten versos enteros: “es mi mano en pena”, “pero me entretiene”, “en pleno frenesí”.
Todos los versos son hexasílabos, y sobre esa habitual y exacta matemática a la que nos tiene habituados Krahe, se une todo el despliegue lúdico y conceptista que nos legó el Siglo de Oro, como se comprueba en el trastoque de la expresión alma en pena, sustituyéndose audazmente al espíritu que vaga inquieto, por su no menos inquieta mano.
Como buen conceptista, Krahe hace certero uso del retruécano, permuta que invierte el orden de la frase empleando las mismas palabras, véase: “Que pienso en Elena / me acuerdo de Irene, /que pienso en Irene, /me acuerdo de Elena, /mi pene se apena, /se apena mi pene”. Se consigue aquí dar cuenta del estado anímico genital, que se produce en el momento de la lectura, pues pese a que el presente de indicativo en sentido habitual pudiera dar sensación de inconcreción, el último verso “Me voy que me viene” otorga al poema valor actual. Precisamente este verso encierra un caso de derivación, figura esta etimológica que emplea la misma cláusula para palabras derivadas del mismo tronco. Además, es un caso de paradoja dicho verso, al hermanar ideas contrarias en un solo pensamiento, aparte de aunar ambos verbos más de un sentido.
Otra figura de gran calado poético va encerrada en tres de los versos precedentes del verso antes referido: “se llena mi pene /de ausencia de Irene, /de ausencia de Elena...”, hermosa nueva paradoja. Y es que en la tesitura descrita en el poema, la soledad se llena de evocaciones que hacen difícil la retención de consecuencias.
La estructura de la canción es, nunca mejor dicho, manualística, y en tono expositivo nos va dando cuenta de un acto fisiológico desde su génesis hasta sus últimos estertores.
La protagonista es la mano, una mano curiosamente denostada a favor de “otras” (solo rememoradas en aras de obtener la motivación pertinente para el desempeño que materializará la suya instrumentalizando las premisas).

Todo un engranaje poético para expresar algo tan común. Todavía más, la canción se convierte en certera expresión del acto de amor propio masculino por antonomasia.
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