EL TRATAMIENTO DEL HUMOR EN LA LITERATURA DE LOS SIGLOS DE ORO (PARTE I)


EL TRATAMIENTO DEL HUMOR EN LA LITERATURA DE LOS SIGLOS DE ORO (PARTE I)


Ángel Tirso Lucas-Vaquero Díaz-Maroto


El humor, el sentido del humor y el humorismo son conceptos de difícil definición, casi inabordable en su naturaleza. No solo resulta compleja la taxonomía de estos conceptos, puesto que, además, también dependen de aspectos culturales, sociales, personales, empíricos, pragmáticos, etc.
Así lo vio don Ramón Gómez de la Serna en “Gravedad e importancia del humorismo”, cuando afirmó: “definir el humorismo en breves palabras, cuando es el antídoto de lo más diverso, cuando es la restitución de todos los géneros a su razón de vivir, es de lo más difícil del mundo”.
Gracias al humor se pueden analizar y juzgar con cierto distanciamiento las situaciones cotidianas o extraordinarias desde un enfoque ingenioso, irónico o burlón. Esta es la razón por la que suelen usarse como sinónimos conceptos tales como: chocarrero. Sin embargo, sería cuestionable que los términos anteriormente citados sean conceptos isosémicos del humor y, por consiguiente, este análisis se alejaría del objetivo de este artículo: el humor en la literatura de los Siglos de Oro; aunque todos ellos aparecerán, de una u otra manera en este escrito.
En primer lugar, si consideramos La Celestina como la primera obra del Renacimiento o la última del periodo medieval, observamos que el humor aparece como parodia, es el caso de Calisto, trasunto de Leriano, el protagonista de La Cárcel de Amor de Diego de San Pedro.
Calisto es un personaje paródico, absurdo, prisionero de sus pasiones, carente de valor y de las cualidades que representaban los caballeros medievales. Su muerte es entendida por el lector como el hecho cómico de un gallardo amante que debido a un susto, se cae de la escala por la que asaltaba el aposento de su amada.
No solo se percibe el humor en este lance del protagonista, también en la relación de Celestina con Elicia, Areusa, Parmeno y Sempronio. En este caso la comicidad reside en las palabras, en las alusiones sexuales tan explicitas que para el lector de entonces, y para el contemporáneo, desencadenan la risa propia por lo inesperado de lo enunciado y de la situación. Esto se da, de igual manera, en la obra de Francisco Delicado, La Lozana andaluza (1528), en donde las citas sexuales y el lenguaje provocador y descarado de los protagonistas, Aldonza y Rampín, contribuye a generar humor en sus parlamentos, un humor ciertamente chocarrero, no tan alejado del actual, que surte efecto en el lector contemporáneo, pese a la distancia en el código idiomático.
Sin embargo, si nos detenemos en una obra posterior, conocida por todos, como es el Lazarillo de Tormes (1554), observamos que el humor es muy diferente al de las obras anteriores, es un humor más contenido, más alejado del que le gusta a un público más amplio, que hoy en día pasa casi desapercibido para el lector moderno. No obstante, todas las referencias cómicas que aparecen tienen que ver con derramamiento de sangre, golpes, racismo. Humor que hoy nos parecería poco apropiado, políticamente incorrecto, que, sin embargo, fue tan del gusto de ilustres escritores como Lope de Vega, quien se reía especialmente con el pasaje en el que el hermano de Lázaro se asusta al ver al moro Zaide, su padre, por ser negro, sin haberse percatado de que él mismo también tenía ese color de piel. Ante el susto provocado por la presencia de su padre, llama a su madre asustado por considerarlo el coco.
Si nos centramos en esta obra, pasajes como los golpes y el maltrato que Lázaro recibe de sus amos, especialmente del ciego y del clérigo, también son motivos cómicos para el lector del siglo XVI que dotan a la obra de un carácter paródico. Pero, pese a que esta obra es leída por lectores estudiantiles y es tratada como una obra cómica, su humor, en muchas ocasiones amargo, encubre una visión desengañada de la sociedad española de la primera mitad del siglo XVI.
La continuación antuerpiense de El Lazarillo, publicada en 1555, incide en la parodia como aspecto humorístico, concretamente al metamorfosear el anónimo escritor al personaje en un atún que recorre el mar Mediterráneo. Este hecho, ente otros, convierte a esta obra en una novela alegórica como así afirma Rosa Navarro Durán, en una sátira menipea contra los estratos sociales. Esta intención puede pasar inadvertida en el lector contemporáneo, no así en el lector culto de mediados del XVI, pues en él encontraría referencias a Apuleyo y al Lazarillo de 1554. En este caso el sentido del humor, pese a que la transformación de Lázaro puede parecer burda, es de índole intelectual. Esta forma de humor es más sutil que la tratada en las obras anteriores.
Por desgracia, como antídoto contra las veleidades humorísticas en la literatura española durante la segunda mitad del XVI aparece el Concilio de Trento (1545-1563). La sátira, la burla y la parodia prácticamente desaparecen de nuestras letras, quedando relegadas a escritos de carácter personal e íntimo, no encontrándolo hasta la publicación de El Quijote (1605) por don Miguel de Cervantes y Saavedra, quien concibió esta obra como un libro cómico, según el cervantista Antonio Rey Hazas; teniendo el público lector de la época la misma concepción acerca de la obra.
Apenas hay cambio en el sentido del humor entre el XVI y el XVII. En Cervantes existen los mismos procedimientos que en Lazarillo. Un ejemplo de pasaje cómico es cuando don Quijote confunde a Mari Tornes, hembra fea, lasciva y que mantiene relaciones sexuales con un morisco, con Dulcinea. Este hecho provoca la risa en el lector al captar la percepción distorsionada que tiene de la realidad el hidalgo. El equívoco y la confusión contribuyen a fomentar la risa y la comicidad.
Los ejemplos cómicos de la obra son innumerables, inabarcables para este artículo, muchos de ellos conocidos por el público general y, especialmente, por el lector de este escrito. Actualmente lo que más se valora desde la perspectiva del humor es la ironía como procedimiento de escritura. Para Aristóteles, la ironía hace al hombre libre, no así la chocarrería, de la que encontramos ejemplos muy claros en La Pícara Justina y en el procaz Francisco de Quevedo.
Sin embargo, pese a que Cervantes concibiera su obra como cómica, es muy cuestionable que así lo vean y lo interpreten en otras culturas. Cierto es que los humanistas se reían con las maldades, los tortazos y los golpes que recibían los protagonistas, unos humanistas, en este aspecto, con sentido un poco humanitario. Calderón de la Barca fue de los pocos autores que en aquella época vio algo más en esta obra que una obra cómica.
En este sentido, será a partir del Romanticismo cuando cambie la manera de ver el humor en el Quijote. Para Lord Byron, El Quijote es el libro más triste que se haya escrito, porque, precisamente, hace reír. Con el Romanticismo llega el humanitarismo, del que los humanistas del siglo XVII carecieron al entender la dimensión de la obra maestra cervantina.


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