Compañía: Kulunka Teatro
Dirección: Iñaki Rikarte
Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
El espacio del
silencio
Raúl Galache García
El
instante previo auna función teatral tiene algo de ritual, de acceso a la magia;
el mundo real se oscurece y se ilumina otro que no lo es, pero que cobra vida
ante nosotros. La puerta por la que el espectador atraviesa el umbral de la
ficción, abandona su mundo cotidiano y entra en otro –más duro o más amable,
pero siempre más coherente-es clave para el resto funcione.Así, los primeros
quince minutos de Solitudes crean el
ambiente necesario para que el espectador se acomode a la propuesta que se le
ofrece: el uso de máscaras, la ausencia de palabras, el valor que adquiere el
trabajo gestual de los actores. Se nos presenta a un matrimonio de ancianos
hecho a su cotidianeidad, conforme con su vida a golpe de reloj y rutina. Por
medio del humor, se nos cuenta cómo el marido se queda solo. Y hasta aquí el
primer acto. Para entonces, el espectador ya se ha olvidado de los recursos a
los que no está habituado y solo le interesa la historia; en otras palabras,se
deja de ver la máscara y solo está el personaje, la “persona”. Aparecen el hijo
y la nieta del protagonista, ella móvil en mano. Los tres acuden, en una escena
magnífica que recuerda a El gran Lewosky,
a arrojar las cenizas de la esposa fallecida al mar. Desde ese momento,
distintos personajes (unos diez) entrecruzan sus soledades como pompas de jabón
que se atraen y estallan al tocarse.
La trama se desenvuelve con soltura y
buen ritmo, con una dosificación del humor sumamente acertada, de modo que,
como sucede cuando se sabe hacer bien, la risa es la antesala de la emoción.
Pero Solitudes no se transforma en
tragedia ni se queda en comedia; digamos que es un drama de personajes que
comparten un mundo en el que no conviven, de la búsqueda desesperada de
compañía y de las fortalezas de incomprensión en que nos recluimos. De este
modo, la historia se tensa desde los extremos: la incomunicación y la huida de
la soledad. Aunque en algún momento la trama central parece empantanarse con
otras secundarias que le aportan poco (magnífico personaje el de la segunda
prostituta, pero tal vez prescindible la primera) la obra llega al tercer acto
con todas las redes preparadas para la caída final.
El montaje acude a buen número de
recursos perfectamente equilibrados. La recreación de lo cotidiano convive con
la imagen poética y onírica, como la brillante escena del protagonista
desdoblado; o el final, que no podemos destripar, pero que está resuelto con
una elegancia y una sencillez tan ingeniosas como conmovedoras. La iluminación
apoya el trascurrir de la acción y señala los puentes entre el exterior y el
interior del protagonista. La música subraya acciones y emociones, pero no se
adueña del terreno al actor. El vestuario es eficaz y caracteriza de manera
rápida. Pero lo más importante es que todos estos elementos no son sino
recursos al servicio de la narración, pues es claro que el afán primero y
último de la compañía es contarnos una historia de hoy. De todos los recursos,
los más valiososson los propios actores y sus máscaras. Con hábiles y apenas
perceptibles transiciones aparece en escena una decena de personajes a los que
los tres actores dan vida con su lenguaje corporal y con las susodichas
máscaras. En todo el conjunto se aprecia talento, pero también mucha artesanía
teatral; un trabajo con soluciones ingeniosas y propuestas arriesgadas que
nunca dejan de supeditarse a las peripecias de los personajes. Al final,
descubrimos que las palabras sobran porque vivimos en el reino de la
incomunicación. Entre los personajes se crea un espacio de silencio, un vacío
despoblado de palabas, que es, en realidad, lo que se quiere mostrar. Kulunka
teatro con esta obra da algún collejón que otro al espectador, pero lo hace
acompañado de caricias.
En
fin, todo encaja en Solitudes.
Probablemente sea porque uno de sus aciertos es la contención. Nada se va de
las manos; todo se dosifica en la cantidad justa. Y así se construye la magia
de la ficción: por medio de la imitación coherente de la realidad. Entre el
primer oscuro y el último, late la vida. Para quien esto escribe,
imprescindible.
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