Un pastel de boda con olor a podrido [Crítica teatral]

Cinco mujeres con el mismo vestido

Guion original de Alan Ball
Versión y dirección de Celia León
Compañía Miriñaque Teatro
Teatro Quevedo; hasta el 1 de octubre



Por Raúl Galache García
Escritor, profesor y crítico literario

















Ya desde el primer momento, Celia León, directora de escena del espectáculo -ayudada por la prometedora Laura Esteban Araque-,  y responsable de la adaptación, nos da las claves del drama. Las cinco actrices se aproximan al escenario alternativamente cantando aquella copla que dice “él vino un barco de nombre extranjero…”, melodía que acompañará determinados momentos de la acción como una manifestación de los anhelos subconscientes o asumidos. Pero es solo el comienzo, decíamos. En seguida, sobre el escenario se suceden las rápidas réplicas de un texto tan ingenioso como ácido, tan divertido como desolador, tan socarrón como desgarrado, tan irreverente como cuidadoso. Son extremos, sí, pero perfectamente dosificados, como el agua de un lago que vela un fondo de mugre. Es un texto tan inteligente como difícil de dirigir, un reto ante el que Celia León se enfrenta con los rasgos característicos de su estilo de dirección: apostar por la eficacia y huir del efectismo. Pone cada elemento del montaje al servicio de la historia que quiere contar y marca los tiempos de la trama de modo que el espectador es guiado hasta un final que llega como la última pieza de un puzle: todo encaja; un final que acaba subrayando la soledad, la incomprensión y el anhelo irremediable. Finalmente, estamos solos y no somos sino un monólogo que nadie escucha y que se confunde con muchos otros ecos. Como la propia directora dice: “una boda, un vestido, cinco mujeres rotas, cinco desconocidas con una misma copla que cantarle a los mares”. A pesar de ello, estas cinco mujeres enternecen y se enternecen, se buscan y se repelen, se desnudan y se visten.
         Las cinco actrices muestran un trabajo matizado y entregado. Pasan de la burla a la frustración, de la ironía a la insatisfacción, de la risa al llanto en un bamboleo que trasluce un gran trabajo de dirección. Se palpa el compromiso de la compañía con el texto y todas están a un nivel francamente alto, si bien cabe destacar a Raquel Martín Coronado, pues es quien marca el pulso de la representación, el nervio que recorre el organismo del que todas forman parte. Como decíamos arriba, todo encaja, porque es buen teatro.

         Cinco mujeres con un mismo vestido es una obra que hace reír a carcajadas al público (y mucho), como toda buena comedia; y también, como toda buena comedia, hace pensar, y enternecerse, y dudar. Nos sitúa ante un mundo en el que los pasteles de boda llevan mucha nata, porque por dentro están podridos.
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