SUBE
LA LUZ… QUE NO LAS LUCES
Habitamos
un Barroco de última generación. Pícaros, hidalgos, nuevas
aristocracias… cohabitan con geniales fedatarios del panorama
Diego Vadillo López
[Artículo publicado en Diario "Siglo XXI", 8-9-2017]
Son
muchos los temas de actualidad que podríamos aquí tratar, comentar,
denunciar… pero, qué diantres, ya se cansa uno de todo… son
siglos de desastre continuo los que nos contemplan.
Si
echamos la vista atrás y hacemos siquiera un somero balance del
panorama que a nuestras espaldas ha quedado, en lo tocante a España,
muy a grandes rasgos, avizoraremos un paisaje triste y un tanto
grotesco. Nada nuevo bajo el sol desde que el susodicho no se ponía
sobre nuestro imperial pretérito.
De
no ser por los “dopajes” consustanciales a la sociedad de consumo
(que en nuestro caso advino a partir de los setenta del pasado siglo)
y por ciertas convenciones perpetuadas tras ser vaciadas de
contenido, la atmósfera de desencanto sería insoportable; no en
vano, la gran falacia, perpetrada durante casi medio siglo, se ha
sostenido, y se sigue sosteniendo, gracias a los trampantojos que
abruman o confunden al que contempla no dejándolo ver el paisaje
panorámicamente, con la suficiente perspectiva. Todo se ha
sobredimensionado bajo la lógica del “cortoplacismo” y la
inmediatez. Todo transcurre en consonancia con una lógica a su vez
deudora de una vocación homogeneizadora a nivel planetario, que
rinde culto a la más pedestre e injusta estandarización de lo
diverso.
No
obstante, quedan elementos idiosicrásicos diferenciales entre unas
porciones territoriales y otras (esas sobre las que se fueron
erigiendo estados durante la Modernidad).
Y entre las características más propias de nuestro país está un temperamento que adquirió su plenitud en pleno Barroco, cuando una España decadente florecía culturalmente a través de una serie de genios en todos los dominios de la creatividad: esa estirpe de talentos que se vienen arriba creando contra la ignominia; siendo aupados por el desencanto y el desafecto en muchos casos.
Dicho
tipo de artistas sigue vigente, engrosando obras formidables
inspiradas en el marasmo, en lo anodino, en lo intolerable, en lo
infame…
Pero
ocurre que, entre lo que se conoce como industria cultural y las
nuevas vías de comunicación, se da una obturación que dificulta el
oportuno desbroce para asir lo edificante.
De
entre los artistas patrios de larga y contrastada trayectoria me
gustaría traer aquí a unos cuantos grandes, de temperamento y
estilo abarrocados en sus respectivos dominios: José Luis Alonso de
Santos, Miguel Ángel Hernando Trillo (Lichis), Evaristo páramos
Pérez, José Carlos Romero Lorente (Kutxi), Ramón Borrajo Domarco
(Moncho Borrajo), Javier Gurruchaga Iriarte, Rafael Álvarez (El
Brujo), José Miguel Monzón Navarro (Gran Wyoming), Juan Abarca
Sanchis, Alejandro de la Iglesia Mendoza (Alex de la Iglesia)…
Estos
virtuosos que atracan a vuelapluma en mi caletre se me antojan
talentosos, inteligentes, locuaces, indómitos y portadores de sendas
acusadísimas personalidades. Todos tienen un ágil manejo del
lenguaje oral y escrito; un punto pantomímico y provocador. Son
críticos, eximios, excesivos, profusos y polifacéticos. Tienen
componente burlón, erudito y juglaresco. Nos cuentan historias de
manera amena e ingeniosa, escarnecen al poder, zahieren al común a
través de la muestra de ciertos vicios colectivos…
Me
refiero al sainetesco escepticismo de José Luis Alonso de Santos; a
la elevación del más trivial chascarrillo a materia lírica de
Lichis; al lirismo bronco de Evaristo Páramos; al abigarrado
compendio de tropos que son las letras de Kutxi Romero; al
hiperactivo conceptismo de Moncho Borrajo; al temperamento excesivo,
polifacético, suntuario y bufo de Javier Gurruchaga; al talento
goliardesco del Brujo; al sarcasmo impenitente e impertinente del
Gran Wyoming; al ímpetu lúdico en un sentido léxico-semántico y
musical de Juan Abarca; al tremendismo desaforado de los filmes de
Alex de la Iglesia…
Todos
ellos y muchos más (portadores de cierta barroca filiación)
conforman un plantel de lujo para gloria de nuestro país.
Hay
que valorar en la medida en que lo merecen a este tipo de geniales
artistas, máxime en tiempos en los que no ceja de subir la luz (que
no las “luces”), evidencia esta que a la vez es una buena excusa
para dejarnos iluminar por sus grandes capacidades creativas
(provocadoras, ilustradoras y con el germen de la delectación en su
seno). Al poblador medio siempre nos ha quedado eso… el purgante
abandono a la genialidad (y hoy incluso tal cosa está en peligro).
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