Incluimos el discurso que el escritor Felipe Espílez Murciano leyó en el acto de presentación del ensayo "Francisco Umbral y la desquiciada eufonía" el pasado 27 de junio en la Casa de Aragón en Madrid:
Buenas tardes a todos.
Es un verdadero placer estar hoy, esta tarde aquí.
Y lo es porque venimos a hablar de uno de los grandes de la literatura. Uno de
los escritores más importantes, sin duda, de la segunda mitad del siglo XX. Claro
que lo que más nos hubiera gustado es tener presente aquí, esta tarde, a
Francisco Umbral, pero eso, por uno de los tres misterios de la vida no puede
ser, como muy bien sabemos. Pero, pese a todo, vamos a hablar de él y eso es
posible porque Umbral, logró lo que Aquiles anhelaba cuando asedió a Troya hace
más de 3000 años: alcanzar la inmortalidad. Por eso hablamos hoy de él, porque
su obra está colgada de los alambres del tiempo, del aire de la historia, para
siempre, compartiendo, quizás, espacio con nuestro amado Aquiles y otros genios
que el tiempo nos dio, esos genios que dieron y dan color a la humanidad, sin
los cuales los demás viviríamos en el temblor del gris más triste. Y a ello, se
añade una circunstancia que hace embellecer todavía más este momento: que sea
Diego Vadillo el que haya escrito sobre el maestro. A Diego, él lo sabe, le
tengo tanta admiración como escritor como afecto como amigo. Dos sentimientos
¡que mira qué bien! Comparten corazón sin molestarse.
Cuando Diego me dijo que estaba ultimando un ensayo
sobre Francisco Umbral, que si no me equivoco fue en la Facultad de Información
de la Complutense, inmediatamente le dije: avísame cuando esté terminado porque
tengo un interés inusitado en leerlo. A las pocas semanas, Diego, con su
habitual amabilidad, me trajo un ejemplar un día que coincidimos en el Casino
de Madrid, en una tertulia literaria. Cuando un escritor te regala su último
libro, el que acaba de escribir, te lo entrega siempre de una forma distraída,
como quitándole importancia, pero sus manos le delatan, siempre le delatan, porque
te lo entrega con la misma emoción con que lo escribió, con esos restos de
pasión que le quedan en las manos y que el tiempo no ha borrado todavía. Él me
lo dio así, desmayadamente, pero sus manos lo delataron. Y en ese momento cobró
sentido la frase de Walt Whitman cuando dijo: “Camarada,
esto no es un libro, quien toca esto, toca a un hombre”. Pero en aquella
ocasión, yo sentí que estaba tocando a dos hombres. Lo leí al día siguiente, de
un tirón. Y todo esto, de lo que hace pocas semanas, me ha traído esta tarde
aquí, a celebrar la alegría de una nueva obra, un momento siempre radiante,
como cualquier nacimiento de cualquier cosa, porque eso es, y no otra cosa,
construir el mundo, dar esencia a la vida.
Como muy bien saben ustedes, la obra de Francisco
Umbral, además de tener una calidad excelsa, es notoriamente extensa, lo que la
convierte en doblemente interesante, pues permite abundar en el gozo y el
deleite de disfrutar de su lectura, que nunca defrauda y que siempre llena de
alegría el intelecto, esa alegría que da deseos de seguir viviendo. Eso es lo
que tiene Umbral, como todos los grandes maestros, que nos invitan a vivir a
través de una belleza que no es aprehensible por medios vulgares. Que te
conecta con los dioses, esos que se escriben con minúscula.
Pero como no es posible referirse a toda su obra, además
de que la prudencia no lo aconseja, yo quisiera hacer mención, siquiera
fugazmente, a dos de sus obras que, por motivos personales, me llegaron más
allá que otras. Dos obras que causaron en mí una honda impresión. Que pincharon
sus alfiles en el acerico de mis sueños desprevenidos. Me refiero a Lorca, poeta maldito y, como no, a Mortal y rosa.
A mí, personalmente, como humilde y apasionado
estudioso del poeta granadino, el ensayo de Francisco Umbral me supuso toda una
revelación. Nadie como él abordó su figura de una forma tan original y tan
literaria. Estoy seguro que a Federico le hubiera encantado este libro. En un
pasaje de la obra, que más que pasaje parece paisaje, Francisco Umbral define a
Lorca diciendo que “es un poeta trágico, un lírico subjetivo
que nos engaña con historias de gitanos, negros y casadas infieles”. Ahí,
en esas palabras, condensa todo el espíritu de la obra. Porque si nos
imaginamos, sin gran esfuerzo, a García Lorca en un balcón de palabras, desde
donde repartía su belleza a través del aire que no tiene dueño, Umbral va más
allá. Esa era una de sus características, que siempre iba más allá de lo que
podríamos esperar. Umbral se sube al radiante y florido balcón de García Lorca,
y con un respeto absoluto, lo cruza, descorre los visillos de la puerta y entra
dentro del alma del poeta, buscando el duende que permanece dormido en las
últimas habitaciones de la sangre, como nos había advertido ya el propio
Federico pero que parece que sólo Umbral había visto con claridad. Y nos
muestra, no la poesía de Lorca, sino el origen de su poesía. La íntima esencia
de su lírica hasta hacer celebrar la belleza de las palabras, de una forma
distinta donde lo intemporal se vuelve cotidiano y lo maravilloso se pone una
bata de estar por casa, llenando nuestra intimidad de agua clara y fresca.
En cuanto a Mortal
y rosa, nos encontramos aquí, según muchos críticos, con la obra maestra de
la segunda mitad del siglo XX. Mortal y
rosa es, simplemente, espectacular. Yo no tengo ningún reparo en decir que
es uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Es una novela que no
sigue los parámetros de la novela, un ensayo que se aleja de las directrices
del ensayo, un diario que no se adapta a la estructura clásica de los diarios.
Ese no ser nada, original y radiante hasta la más pura belleza; ese no ser
nada, la hace ser todo. Y Umbral se encumbra así, aquí, hasta las más altas cotas
de la literatura, donde se hace emoción pura, belleza intemporal en un diario
íntimo que hace temblar las manos del que lo lee cuando pasa las hojas. Esa
emoción que hace que, cuando uno termina de leer el libro, pase su mano
suavemente por la tapa, en una caricia al escritor, que es agradecimiento
anónimo, y por ello, quizás, más precioso por ser más sincero. Ese libro es un
acto de amor prolongado en más de doscientas páginas, que más que páginas
parecen ventanas inversas, abiertas hacia el interior del ser humano, que
Umbral sabe describir como nadie en un monólogo que abarca la vida entera, que
se abre como un abanico esperando la primavera. ¡Qué magistral Umbral! Cuando
dice que “la prosa es prosa porque tiene
sombra, la sombra del tío que está encima. Si no tiene sombras es poesía”.
Y viene bien recordar estas palabras porque Mortal
y rosa, aun pareciendo prosa, es, en realidad, poesía. Porque está escrito
desde la transparencia donde las sombras se pierden en un camino de luz que no
entienden, que no conocen, que no distinguen. Si no, díganme ustedes si no es
poesía cuando dice: “Estoy oyendo crecer
a mi hijo”. Si esto no es poesía,
díganmelo ustedes, y yo dejaría de ser poeta de inmediato, porque ya no
entendería nada.
Gracias, siempre, maestro. Gracias a todos.
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